domingo, 17 de septiembre de 2017

Parábolas del subconsciente

No quiero plantas. Se mueren. No todas las plantas se mueren. Pero las mías se mueren siempre. No sé cuidarlas. El otro día me regaló una planta y me emocioné. Me hizo tanta ilusión. Yo no me la habría comprado nunca. Pero una vez que la tienes...la quieres. Y empecé a pensar "se va a morir", "se me va a olvidar regarla" "¿tendré que echarle abono?". Así que durante los 5 días siguientes la regué muchísimo, le puse abono a tope, incluso le hablé. Pero cada vez la veía peor, cada día más lánguida. Al sexto día me encontré la planta toda pocha. Se murió.

No quiero gatos. Son muy independientes y se van. No todos los gatos se van. Pero los que yo tengo se van siempre. El otro día me regaló un gato. Era callejero. Lo había encontrado malherido debajo de su coche. Llego y me lo plantó ahí y se piró. "¿Que hago yo con el gato ahora?" Pero el gato resultó ser un amor. El primer día durmió en mi cama. A mí me daba miedo moverme para no despertarle. Me emocionó tanto tener compañía. Esa sensación de amor incondicional. Me levanté por la mañana con el corazón enorme, lleno de amor. Abracé al gato con todas mis fuerzas. Casí lo ahogo. Durante 5 días viví obsesionada con el gato. Cada vez que lo veía en casa lo agarraba para achucharlo y recuperar esa maravillosa sensación de apego. Al sexto día el gato desapareció.

No quiero peces. Se mueren. No todos los peces se mueren. Mis peces se mueren siempre. El otro día me regaló un pez. Era muy gracioso, de color naranja, brillaba muchísimo. Metido en una pecerita redonda. Me puse a mirar el pez y quedé embelesada. Se me había olvidado lo que era poder observar a un ser vivo subir y bajar. Es tan relajante mirar un pez. Pero da tanta pena en la pecera. Le dí de comer el primer día y la pecera se ensució un montón. Así que el segundo día la limpié. El tercer día agobiada le dí de comer otra vez. Pero como tuve una semana horrible, no pude cambiarle el agua. Y seguí dandole mucha comida. Al sexto día me lo encontré flotando panza arriba en la pecerita redonda. Se murió.

Mi amiga Cristina me ha dicho que en realidad lo que hago es matar a las plantas, agobiar a los gatos y matar a los peces porque me da miedo tenerlos. Me da miedo tomarles cariño y sufrir mucho después. Exploto de emoción cuando los tengo y me asusto y los hago desaparecer. Y lo he pensando bien y creo que tiene razón. Así que hasta que no esté preparada para tener una planta, un gato o un pez, no pienso aceptar ni uno más. Porque cuando se mueren, aunque sea mi subconsciente el que los mata, sufro como una cerda. Se me pasa pronto, pero el dolor es igual de intenso. O eso, o encuentro un día la planta, o el gato o el pez que sea capaz de aguantar el primer envite de mi amor desbordante, que lo mata todo.


Fin.


1 comentario:

Merche dijo...

Eres apasionada y eso es muy bueno. También desbordas esa pasión y eso no es tan bueno para los que te rodean.
Yo maté de amor a un gato y a un pollito y creo que lo he hecho fatal con mis hijos y mi marido, los he hecho dependientes.
He aprendido que hay que dejarles espacio y, aunque lo sé, me paso muchas veces, y soy tan inconsecuente que me quejo de esa dependencia.
Cada vez me parezco más a mi madre con todo lo que despotriqué de su sobreprotección.
Me consuelo diciéndome que si fuéramos perfectos no seríamos humanos.
Un beso, Lula. Me encanta leerte.