Este es un texto que muy poca gente leerá
porque este blog ya casi no lo lee nadie. Lo he abandonado, casi como en cierto
sentido me he abandonado a mi misma desde que tengo un trabajo fijo y mi vida
empezó a ser algo más lineal. Digo algo más lineal porque creo que no puedo
aceptar una vida lineal. No me debe gustar. Cuando me meto en todos esos líos
en los que me meto a veces me da por añorar la simplicidad de una vida
sencilla, una vida de esas con un patrón de un solo trazo llena de falsas
seguridades y plagada de tópicos de Walt Disney. Pero la realidad es que en
cuanto me queda un mínimo esbozo de paz consigo arreglármelas para romperlo, de
modo que entiendo que la paz no debe de ser para mí.
Hoy estoy agitada. Comida por fantasmas
que en realidad no son tales, hundida por el peso de mis decisiones locas y con
una tremenda sensación de que podría estar haciendo más por mí y por mis
compañeros. Soy una apasionada y eso es mi mayor virtud y mi mayor condena. No
sé despojarme de ese fuego irracional que combustiona mis pensamientos y mis
actos. A veces me veo como un personaje de comedia griega, siempre llorando ya
sea de risa, de emoción o de dolor. Lo siento todo tanto que me extraña no
tener ya todo el pelo cano.
Hace un par de años, antes de llegar a
donde estoy ahora tuve una época especial. Fueron unos años muy especiales
llenos de aprendizaje. Fueron años muy duros, difíciles pero tan sumamente
enriquecedores. Trabajé con gente que me ayudo a crecer como pocas veces antes
en mi vida. Empecé a tener convicciones muy fuertes, sobre mí, sobre el
equilibrio entre mi yo y mi alrededor. Me dediqué tiempo y le dediqué tiempo al
mundo que me rodeaba. Lo echo de menos. Ahora me miro y ya no me veo. No me
queda resuello. No escribo. No leo. No observo. No tengo tiempo, o fuerzas o fuerzas
para encontrar ese tiempo. Más bien esto último.
Añoro mis viajes en el tren de cercanías desde
Vicálvaro al centro de Madrid. En esos trenes viajaba mucha gente que me
recordaba todos los días la miriada de vidas que coexisten tan cerca de
nosotros. Los trabajadores extranjeros, los pobres desdentados de El Pozo, la
clase media oficinista, los abuelos que cuidan a los nietos para que sus hijas
puedan trabajar. En medio de eso yo, una especie de bestia parda, mixta,
polivalente, un oximoron con patas. Echo de menos esa realidad que me hacía
sentirme tan viva. Ahora a veces me siento en una burbuja, recibiendo toda la
información en diferido mientras pierdo la fe en mi humanidad.
El otro día vi una obra de teatro que
recordó todo lo que soy y lo que puedo ser. “Un pedazo invisible de este mundo”.
Me recordó que tenemos muchas cosas por las que luchar. Hay que cambiar el
mundo, desde adentro hacia afuera. Pero ayer se me olvidó todo y me caí en un
pozo muy negro y muy feo. Ayer se me olvidó que yo soy muy necesaria, como lo
eres tu que me lees. Se me olvidó que si yo estoy bien el resto da igual. Se me
olvidó que la vida es del color de la que lo pintas, y dejé que una minucia me
ensuciara el cuadro en el que quiero vivir.
Deberíamos ser mucho más listas. Deberíamos
ser mucho más enteras. Todavía más. Porque somos muy necesarias. Todas. Y
todos. Después de visitar los infiernos, reboto en el fondo y empiezo a subir
como una sirena, deslizándome a través de este post. Me cambio mi anillo de
dedo para recordar que tengo que tomarme el tiempo de ser lo que quiero ser. Y
empiezo de nuevo. Mucho mejor.
2 comentarios:
Yo te leo. Y me gusta mucho. Ése es el ánimo que te mando. Y las gracias.
Hola Lula - Alexia will be 40. Come to London! Email me, same address as years ago :-) xxx
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