lunes, 17 de abril de 2017

Ojalá todo el mundo pudiera volar

A veces me siento ligera. Ligerísima. Etérea.
Me gusta sentirme así porque no me canso nunca.
Noto como me traviesa la luz, y la energía.
Siento que si me concentro puedo volar. A veces sueño que vuelo. Muevo los brazos, como si estuviera nadando y me despego del suelo y me paseo por el techo de las casas, suspendida en el aire, avanzando a brazadas.

Pero a veces me siento pesada como una losa de cemento armado.
Peso tanto que le pecho se comprime y no puedo respirar.
Peso tanto que no me puedo mover.
Es tan tremendo el peso que lo tengo que romper de algún modo. Y cuando me doy cuenta me esfuerzo y respiro fuerte fuerte, me lleno de aire, hasta que las costillas no dan mas de si, y lo dejo salir fuerte fuerte, y repito. Y luego lloro. Y luego escribo. Y ya me siento mejor.

Me siento ligera porque la vida es una experiencia magnífica. Es un privilegio. Es lo único que tenemos, no hay más, eso o La Nada.
Me siento pesada porque hay mucho sufrimiento injusto. También me pesa la perdida de los seres queridos.
Mi equilibrio en todo esto: el amor. Amar la vida, amar a las personas, amar la tierra, amar en el sentido más amplio del termino, amar de venerar con amor, de recordar con amor, de perdonar.
El amor me hace ligera.
El desamor se convierte rápidamente en cosas que pesan mucho.

No puedo dejar de preguntarme si esto del amor le servirá a todo el mundo o solo nos sirve a unas pocas.
Ojalá le sirviera a todo el mundo.
Ojalá todo el mundo pudiera volar cómo yo.

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