No sé cuando fué la última vez que escribí en el blog... llevo mas de dos semanas sin mi portatil y ha sido una experiencia tremenda, pero supongo que esto es como todo, lo retomaré con más ganas.
Hoy hemos empezado el día con "Coco Rosi" y un artículo en El Publico sobre Birmania. En él varios entrevistados explican que hay una gran cantidad de falsos monjes y hablan del estoicismo de las poblaciones que asumen la tragedia del ciclón Nargis como parte de su destino ya escrito. Acabo de mezclar dos conceptos que necesitan explicaciones separadas.
El primero, los monjes falsos. Cuando estuvimos en Birmania mucha gente nos explicó como el gobierno estaba intentando controlar a los monjes promoviendo el ascenso político de estos falsos monjes que se aprovechaban de su condición (los monjes en Birmania tienen pequeños derechos que todo el mundo respeta de forma tácita) sin seguir las premisas básicas del monasterio (ayuno, piedad y esas cosas). Esto que en España se consideraría picaresca en un país como Birmania es tremendo porque toda la paz que rezuma el país está directamente vinculada a que el budismo es la religión mayoritaria. Si la gente dejara de creer en el budismo y en sus estructuras las consecuencias podrían ser tremendas. Esto nos lleva al segundo tema.
El estoicismo birmano. En el artículo de El Publico los cooperantes se quejan de la pasividad de la sociedad civil ante las injusticias de las que son objeto. El pueblo birmano es tan pacífico, tan dulce, tan solidario. El que no tiene nada te da lo que no tiene sin pedirte nada a cambio. Un ejemplo de ello es que los monjes salen todas las mañanas en fila india, llevando cada uno una enorme olla de acero cubierta por una tapa de hojalata. Así recorren el pueblo, el barrio, la zona, de casa en casa, de puerta en puerta. La gente sale y rellena las ollas con arroz o cualquier otra cosa que tengan en casa preparada. Todos los días, uno tras otro. Y así sobreviven los monjes, gracias a la caridad de los que les rodean. Conocimos a un chico que había sido monje y tuvo que dejarlo para ayudar a su familia porque aunque tengan la comida asegurada, los monjes no tiene ningún otro recurso más, bueno salvando el techo que les proporciona el monasterio. Dedican su vida a meditar y crecer espiritualmente y ayudar a los demás. El chico nos contaba como en el monasterio había sido tan feliz y se había sentido tan lleno, y su único objetivo era que su hermana acabara los estudios para poder volver. Si es cierto que los birmanos ya no tienen fuerza para luchar porque además su cultura rechaza al violencia, de modo que los militares tienen todas las de ganar. Pero tampoco creo yo, modesta opinión, que la lucha activa les llevara a derrocar el régimen. Quizás si pero a costa de muchísima muerte esto sin tener la certeza de que lo fuera a venir después fuera a ser mejor. Birmania es un país tan sumamente fracturado étnicamente, con tantos intereses internos contrapuestos, con un equilibrio tan frágil. Que realmente se podría decir que lo único que les une es el budismo y sus preceptos.
Nuestra amiga Kay Thwe nos escribió hace una semana. Su casa ha desaparecido, nos pedía ayuda. Le hemos mandado un poco de dinero y ya hemos empezado los trámites para traerla a España. Quizás cuando venga, si logramos traerla que esa es otra, nos ayude a entender mejor muchas de las cosas sobre las que ahora sólo podemos especular.
En cualquier caso me reitero en lo dicho en alguna de mis entradas anteriores. Somos unos inconscientes, los niños ricos de los países desarrollados. Después de haber promovido la situación birmana el otoño pasado movilizando a nuestra cómoda opinión pública, y abandonar la lucha poco después dejando al país cansando y malherido (pero ojos que no ven...), ahora nos toca explicarles como tienen que sobreponerse la ciclón, llevarles ayuda que el gobierno no acepta (obviamente porque no puede permitir que los occidentales lleguen otra vez a llenar las cabezas de la población civil de ideas revolucionarias). Todo lo hacemos sin pensar. Nadie se ha parado a reflexionar sobre el país y lo que realmente necesita.
Bueno os dejo con estas reflexiones.
He intentando encontrar el artículo para poneros el link pero no lo he encontrado. Es un reportaje de Elisa Reche que se titula "El ciclón Nargis pone a prueba la paciencia de los Birmanos".
Os adjunto también a continuación la carta que mandé a El País.
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Carta al Director de El Pais enviada el 12 de octubre de 2007
Hace un año estaba en Birmania, o Myanmar como se llama ahora. Hace un año aterrizaba en el aeropuerto de Rangún, o de Yangón como se llama ahora. Cuando llegué Yangón era la capital de Myanmar. Cuando me fui la capital del país era Nay Pyi Taw, o como se creía popularmente Pyinmana, una pequeña ciudad situada a 300 km de la antigua capital, a unas 5 horas en tren. Luego descubrí que la capital se había transferido hacía un año pero nadie me lo había comentado hasta que llegué.
Fui con mi mochila a recorrer este país, hasta entonces desconocido para mí. Elegí Birmania porque me dijeron que era bonito y diferente. Y lo es, si que lo es. Birmania es un viaje el tiempo además de en el espacio. Es un pastiche de culturas y etnias que en los sitios más humildes conviven sin problemas y en las zonas donde existe algún interés económico se destrozan las unas a las otras. Eso a primera vista.
También es un país donde la capital se cambia de sitio no se sabe muy bien porque. Las fuentes oficiales aseguran que es por razones estratégicas, las leyendas urbanas cuentan que la mujer del general que gobierna tuvo un sueño y vio que la capital debía trasladarse allí, y dicho y hecho. Cambiar de capital no es fácil. Hay que construir casas para todo el gobierno. Innumerables chalecitos adosados situados entorno a grandes avenidas asfaltadas. Todo el bitumen del país debía estar en Pyinmana, porque no volví a ver tanto asfalto junto hasta que regrese a Tailandia.
Más leyendas urbanas cuentan que un periodista del Paris Match llegó a Myanmar a hacer un reportaje sobre las guerrillas de las fronteras del oeste del país. Su campamento base lo instaló en Pyinmana, ciudad por su enclave perfecta para tal función. Durante los días que paso en la futura nueva capital entro en contacto con un pequeño poblado situado en una zona muy cercana a la nueva urbanización gubernamental que se estaba desarrollando de una forma rápida y contundente. Los habitantes del poblado se quejaban de que les obligaban a marcharse de sus casas sin darles ningún tipo de ayuda ni explicación. Pero tenían pensado resistir. “No nos moverán”. El periodista partió a cumplir a su misión. Cuando volvió a Pyinmana, fue a visitar a sus amigos del poblado. Ya no estaban. No quedaba ni un solo habitante, ni una sola casucha de bamboo, nada. Desaparecidos. Indago y descubrió que en efecto, el ejército no había sido capaz de moverlos. Así que los había aniquilado a todos, madres-padres-hijos y casuchas. Luego todo desapareció bajo tierra. Pero ya he dicho que esto es una leyenda urbana.
En Birmania nunca supe que era verdad o mentira. Mucha leyenda, mucha.
Ahora veo a los monjes. Nunca pensé que los monjes encontrarían la unidad necesaria para sublevarse. Conocí a muchos monjes, y a muchos que habían sido monjes y ya no podía serlo porque tenían que ayudar a sus familias. Todas las mañanas tocaban la campana e iniciaban las oraciones a través de un megáfono. Plegarias ensordecedoras que me despertaban a las 4:30 am. Luego les veía pasar, todos en fila, con sus cuencos, de casa en casa, pidiendo su ración de comida diaria. La gente quiere mucho a los monjes en Birmania. Los monjes o ex monjes que conocí nunca me hablaron de política, de la situación de su país. Algunos me pidieron dinero después de charlar conmigo, otros después de sacarles una foto. Otros se sentaron en la parte delantera de un autobús abarrotado mientras una mujer con un bebé en brazos hacía malabarismos por tenerse en pie a apenas 5 cm de ellos.
Los que si me hablaron de política, los que me contaron que la gente no podía más, también me hablaron de los monjes. Otra leyenda más. Me explicaron como se estaba creando en Myanmar un nuevo tipo de monje, el que podríamos denominar monje “trepa”. Monje situado en un rango medio alto dentro la jerarquía, espía del gobierno y aprovechado. Esta nueva raza de monjes estaba provocando una enorme fisura dentro de la estructura de esta clase social. También eran responsables más o menos directos de la pasividad de las nuevas generaciones de monjes birmanos, vigilados, reprimidos y pobres. Menos mal que por lo visto estos monjes impíos que yo me encontré no eran, como bien me explicaron, la mayoría, sino solo unos pocos, más cercanos a los entornos turísticos por los que yo me moví que los otros, los de verdad.
Y ahora, sólo un año más tarde observo maravillada como la revolución naranja nace al mismo tiempo que escudriño las imágenes temerosa de ver alguna cara conocida entre el desastre. Me alegro de que la ONU mande un emisario en vista del cariz que van tomando los acontecimientos, pero recuerdo los erráticos últimos pasos que la organización ha dado en pro de la Paz de los países con conflictos internos de este tipo y se me hiela la sangre.
Myanmar, o Birmania como siempre se llamó, es una pera en dulce. Es uno de los centros neurálgicos del triangulo de oro, uno de los mayores proveedores y socios de China. China, que tiene a la ONU agarrada por la O.
Y sigo pensando y recuerdo a todas esas etnias que cohabitan dentro de ese enorme territorio, y me imagino a las fuerzas de paz de la oNU llegando, y … de repente sólo veo vacío. La única solución que a mi, gran desconocedora del problema y simple escuchadora de fábulas, se me ocurre es que Aung San Suu Kyi llegue al poder de una forma legítima. Para ello tendrá que mantenerse con vida, lo cual cada vez va siendo más difícil, y por otro lado hará falta que alguien convenza de algún modo al gobierno actual de que es mejor que se vaya. Y una vez logrados estos dos objetivos habremos de ver como cada etnia se pega por conseguir un trozo del pastel, porque no hay que olvidar, que antes de Aung San Suu Kyi su padre Aung San intentó unir al país y por ello encontró la muerte y se convirtió en un héroe nacional.
Sólo me queda la esperanza de que la política internacional mundial dé un vuelco y me sorprenda como lo han hecho los monjes birmanos y tenga que comerme esta carta con sal y pimienta y una enorme sonrisa en los labios. Quizás dentro de año…
jueves, 15 de mayo de 2008
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