jueves, 4 de mayo de 2017

El señor redondo

En mi calle vive un señor. Es un hombre mayor, de edad indefinida, es redondo, su cara está hinchada, su panza está hinchada, sus ojos están hinchados, tan hinchados que a veces parace increíble que pueda ver algo por ellos. Es un hombre redondo e hinchado, por el alcohol. No sé cuánto beberá. De vez en cuando le veo con un brick de vino de mesa. Pero pocas veces. En general o le veo paseando, bajando un par de manzanas, o distingo su silueta debajo de los plásticos con los que se cubre en el banco que le sirve de casa. 
El señor redondo está hecho una pena. Está hinchando por fuera pero también por dentro. 
Cuando me cruzo con él liviana como voy últimamente me pregunto qué puede llevar a alguien a dejarse vencer así y decidir que no quiere vivir más. Me pregunto si algo así me podría pasar a mí. 
No sé porque no hago más que pensar que la vida se acaba. ¿Será la crisis de los 40? No creo, releyendo el blog me doy cuenta que la volatilidad de nuestro paso por este mundo siempre me ha obsesionado. Lo que más me asusta es vivir pensando que me puedo morir o vivir pensando que no me voy a morir nunca. La vida me parece el más preciado bien que tenemos. Me parece que tenemos la obligación de respetarla y cuidarla. Por eso me cuesta entender al señor que vive en mi calle, ¿qué le ha pasado para que se haya rendido así?
Conozco a muchísima gente que no soporta la esencia de la vida y se evaden hasta puntos de que se van y no viven. Me encantaría que existiera un sistema para poder hacerles sentir el chorro de energía universal que se percibe cuando se valora cada instante vivido desde la consciencia de que es un privilegio. ¿Para cuando el transcomutador de emociones? Habrá que preguntar al CSIC.
(Perdón por las erratas, escrito y publicado desde teléfono móvil).

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