Me quiero hacer pequeña, chiquita chiquita y meterme en una caja de cerillas hecha un ovillo.
Protegida por los cartoncillos abranzadome a mi misma para no perderme. Calentándome el alma sola. Hasta que pase la tristeza.
Cuando no me pese el alma me gustaría hacerme grande, enorme enorme, gas y luz, intangible. Y flotar infinita, llena de amor, paz y alegría. Y explotar en haces de luz que iluminen el mundo, el mío y el otro. Hasta que la luz sea lo único que quede.
Junto las rodillas, temblando de frío bajo el chorro ardiente de la bomba de calor. Subo las rodillas hasta la cadera. Lo pienso y se me encoge el estómago que tiene un nudo que no se quita. Tengo las manos y los pies helados.
Gazpacho.
Me gustaría hacerme caracol y meterme enrollada en la concha.
Me gustaría recordar que todo pasa en lugar de pensar en lo que ha pasado.
Gazpacho.
Pero no quiero olvidar, podría pero no quiero. Olvidar es como matar. Quiero recordar sin que duela. Paciencia, eso de lo que carezco. Vivo como si la vida se fuera esfumar mañana. La vida se puede esfumar mañana.
Estos días he llorado por los meses en los que he corrido, huyendo hacia delante, para no hacer duelos. He llorado a José, mucho. He llorado a Marian. Y a Marisa, y a Carmen. He llorado por un tiempo pasado por el nunca lloré. He llorado por los chavales de Melilla, y los muertos del mar, y lo refugiados helados en los campos de Grecia. He llorado porque quiero que Marta sea muy feliz con Ane. He llorado por le paso del tiempo que atraviesa inexorable a mis seres mas queridos. He llorado por mi, por todo lo que me he negado y todo lo que no he podido llorar antes. He llorando en una catarsis infinita que despide una época abre otra.